ASÍ FUE LA VISITA DE LA REINA ISABEL EN ACAPULCO, DE ACUERDO A LAS LETRAS DE CARLOS ORTÍZ

09 de septiembre de 2022 / Eduardo Salgado Sánchez 

Un jueves 17 de febrero de 1983, la reina Isabel II de Inglaterra visitó con su esposo Felipe de Edimburgo el puerto de Acapulco. Arribó al aeropuerto privado de Plan de los Amates, junto al aeropuerto internacional llamado entonces «Juan N. Álvarez» hasta que el Congreso de Guerrero le quitó la «N» que nunca encontraron su significado real.

En el aeropuerto fue recibida oficialmente por el finado presidente Miguel de la Madrid Hurtado y su esposa Paloma Cordero de De la Madrid. También estuvieron el entonces gobernador también finado Alejandro Cervantes Delgado, su esposa Graciela Rocha de Cervantes, el malogrado alcalde Amín Zarur Ménez y su esposa Graciela Jordá de Zarur.

Por protocolo, según el Estado Mayor Presidencial, la figura del gobernador y del presidente municipal de Acapulco fueron reducidas, junto a sus esposas, a la nada. Solamente los periódicos locales los mencionaron.

Del aeropuerto salieron con dirección a la Base Naval de Icacos donde se les preparó un convite y en que tuvo destacada participación la multiconocida empresaria restaurantera y chef internacional Susana Palazuelos Rozensweig.

Dos horas después, la Casa Real anunció un coctel para centenares de periodistas que acompañaron todo el trayecto desde el aeropuerto y la avenida escénica, entonces sin el nombre del nadador acapulqueño Clemente Mejía Ávila (cuarto lugar en la Olimpiada de Londres). La reina contempló la hermosa de la rada de Puerto Márquez, pero lo que vería después la dejó maravillada.

El convivio para periodistas sería breve y sencillo en el buque real Brittania que permaneció anclado en la bahía y había que abordarlo a través de pequeños yates desde el malecón.

La travesía fue desde la base naval de Icacos hasta el Fuerte de San Diego donde hicieron la primera escala. Miles, léanlo bien, miles de turistas y acapulqueños invadieron la banqueta y el camellón de la costera Miguel Alemán Valdez en el tramo Icacos-Centro.

La reina y su esposo visitaban por segunda ocasión México. Vinieron acompañados de su hijo, el príncipe Carlos quien estaba recién casado con la princesa Diana.

A bordo de un autobús descapotado, la reina y acompañantes saludaron con la mano en alto a todos los que levantaban banderas, toallas, playeras y lanzaban gritos de júbilo ante el paso de Su Majestad.

Una eventualidad marcó el trayecto de ese recorrido: el paso a desnivel del parque Papagayo.

Detrás del camión descapotado donde viajaban la reina y acompañantes, entre ellos el mismo presidente de la República y esposa, iban otros camiones también descapotados que trasladaba a periodistas, fotógrafos y camarógrafos principalmente.

Justo enfrente del entonces Hotel Paraíso Marriot, hoy Hotel Crystal, los periodistas locales comenzaron a gritar para que todos se agacharan porque corrían el riesgo de chocar contra el techo del paso a desnivel. Y todos los periodistas (fotógrafos y camarógrafos) internacionales obedecieron ciegamente a los tundemáquinas acapulqueños. Todos casi se tiraron pecho a tierra en el camión.

Llegaron al Fuerte de San Diego, subieron la escalinata y recorrieron una pequeña parte de la fortaleza histórica de Acapulco. Desde una pequeña plazoleta, la reina comprobó que la belleza que le habían platicado de este extraordinario lugar era algo irreal.

Sus ojos quedaron maravillados ante la excelsitud de la enorme bahía de Acapulco (NO SE LLAMA BAHÍA DE SANTA LUCIA) y suspiró porque entonces supo que Dios sí había construido un paraíso en estas tierras guerrerenses.

Frente a ella, lo único que había eran enormes piedras donde las olas chocaban miles de veces al día diariamente.

Al subir las escaleras del Fuerte de San Diego, una ráfaga de aire hizo la maldad a los visitantes reales. La falda de la princesa Diana se levantó y permitió mostrar bragas de color rosa pastel. Pero el Estado Mayor Presidencial, fiel al cuidado de las formas y de los fondos, se encargó de censurar cualquier imagen del fugaz momento.

Ni siquiera una línea donde se narrara la travesura del viento fue permitida en los medios de comunicación, ni nacionales y mucho menos locales. Así era la censura del gobierno en ese entonces.

De ese lugar, se trasladaron al malecón acapulqueño y abordaron pequeños yates para ir al HMY Brittania donde se haría el coctel a periodistas nacionales e internacionales. La prensa local fue relegada tal y como lo hicieron con las autoridades locales.

Por la noche, la familia real acudió al Fuerte de San Diego donde se ofreció un brindis de parte del gobierno federal que nuevamente opacó la presencia de las autoridades locales, «por protocolo de la Casa Real».

Nunca pisó, como se ha hecho creer en la actualidad, el sitio donde actualmente está la Plaza de la Heroica Escuela Naval Militar que es el nombre oficial de ese lugar. No se llama Parque de la Reina porque jamás se ha propuesto en el Cabildo ese nombre que oficializa una mentira histórica.

La Plaza fue construida en 1992 e inaugurada en 1993. O sea, diez años después de haberse realizado esa visita histórica para Acapulco y los acapulqueños.

La fotografía muestra a Rico y Sandra, los barones di Portanova, que habían elegido vivir en Acapulco en la llamada Casa Árabes que, construida por el arquitecto Aurelio Muñoz Castillo. Los cuatro se encuentran justo en la pequeña plazoleta del Fuerte de San Diego desde donde la reina Isabel II contempló extasiada la belleza de la bahía de Acapulco.

 

 

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *